Si reflexionamos sobre la historia de nuestras costumbres y representaciones, comprobamos con facilidad que el ser humano ha practicado siempre la música y la danza; ritos que sobrepasan los límites del tiempo, las culturas y los continentes: podemos celebrar que, al menos en este aspecto, todos coincidimos en algo, que hemos llegado a la misma conclusión por caminos diferentes y sin conocernos. Antes bailábamos alrededor del fuego, y hoy saltamos en la pista, pero su trasfondo inmaterial ha seguido siendo indispensable.

      Utilizamos la música como quien se dirige a algo sobrenatural, llamando e intentando hablar con el cielo, y danzamos queriendo despertar a golpes de pie a ese Dios que es la Tierra.

      Actualmente hemos cambiado los escenarios pero las necesidades son las mismas. Participar en estas ceremonias nos hace sentirnos protagonistas. Ver y que te vean en el templo, en los ritos y en las fiestas más importantes, supone el reconocimiento y aprobación del resto de  la tribu. No entendemos la vida sin música o danza.

      Desde un punto de vista estético, esto se traduce en constantes como la postura, los movimientos direccionales o la manera de vestir, todo para sorprender o agradar a los demás.

      Esta serie de retratos sin fondo fueron realizados una tarde de domingo, en el entorno de una discoteca situada en la huerta del Segura, durante el transcurso de una summer party  celebrada en el ultimo verano del siglo pasado.